Ana Cristina Ruelas
09/01/2017 - 12:03 am
No somos iguales
El año empezó con varios frentes a la realidad, una que nos muestra a un Gobierno que poco le interesa el pueblo, que cuatro años no le han enseñado sobre cómo se rinde cuentas y que, sin frutos, hace que se pone en nuestros zapatos cuando todas y todos sabemos que se piensa como alguien […]
El año empezó con varios frentes a la realidad, una que nos muestra a un Gobierno que poco le interesa el pueblo, que cuatro años no le han enseñado sobre cómo se rinde cuentas y que, sin frutos, hace que se pone en nuestros zapatos cuando todas y todos sabemos que se piensa como alguien muy alejado, incluso diferente.
Este sexenio ha estado plasmado de claroscuros. Claros que nos hicieron pensar que estábamos caminando, lento, pero caminando; oscuros, al ver el cinismo y la simulación de una clase política que solo piensa en el aquí y el ahora, en cómo saquear, en cómo joder.
Así, mientras aplaudimos una ley general de transparencia, nos encontramos con instituciones cada ves más opacas, con las ganas de cerrar los archivos y negarnos la historia. Se aprobaron leyes anticorrupción y nos dimos cuenta que los corruptos tienen pasaportes a otros mundos, fuera de la ley.
Los que fueron misfortunios en las palabras de Peña Nieto, definitivamente no los son. Desde antes de la elección, eran una señal de que siempre puede venir algo peor. El problema es que para algunos se miraba como la consecuencia de una profunda imbecilidad y no como una forma de hacer política.
El Presidente, ha dicho que no se levanta pensando en cómo joder a México pero la realidad es que el solo hecho de decirlo es reconocer que lo está jodiendo, un “ups, perdón, lo jodí”. Lo peor es que después de todo esto, viene una justificación absurda en la que todos somos ciegos y sordos “lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”. Finalmente, y como nada de esto funcionó para abrirnos los ojos sobre su bendita forma de gobernar, se da golpes de pecho y nos pregunta “¿ustedes que hubieran hecho en mi lugar?” como si fuéramos iguales, como si tuviéramos el poder de joder al país.
Muchas personas estamos enojadas, sí, pero más allá de todo, preocupadas. Vemos como los tanques de gasolina requieren 150 pesos más; escuchamos discutir a los microempresarios sobre la incertidumbre en el alza de precios; a las mujeres de las comunidades sobre la imposibilidad de trasladarse de ahí a sus sitios de trabajo en las ciudades; discutimos sobre mejores formas de ahorrar y consumir -únicamente- productos de primera necesidad, etc.
Estos años de gobierno nos han mostrado que Enrique Peña Nieto no escucha y mucho menos le importa, le importan los suyos, sus amigos a quienes les busca -aunque no sepan nada del tema- una forma de joder a México. Entonces ¿por qué no salir a protestar? ¿por qué no revolucionar al Estado? La gente está cansada de la violencia y cuando sale a protestar no es para incrementarla es para hacerse escuchar ¿hay otra manera?
La gente ha salido a mostrar su inconformidad y a buscar soluciones, a cambio ha recibido una campaña de pánico y a un Presidente que nos reta para traer mejores soluciones.
La protesta es nuestra forma de poder, la que tenemos las y los ciudadanos para expresarnos y hacer que nuestra voz se haga más fuerte. En el espacio cívico convivimos los descontentos y demandamos cambios.
El uso de la fuerza en la protesta, por el contrario, es mostrarnos las desigualdades entre la autoridad y la sociedad, el desdén. La sociedad participa en la protesta siendo quien es, no como los infiltrados. La gente protesta en las redes con su nombre en alto, no como los bots que inventan el miedo y crean el pánico. No, definitivamente, no somos iguales.
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